- Perdona, no era mi intención - masculló sin ganas el hombre.
Silencio.
Diego no sabía por qué había llegado él hasta allí. Por qué había madrugado tanto. El frío le entraba por todos los costados. Se tapó cuanto pudo. Miró a su alrededor. Todos eran extraños. Una mujer ecuatoriana llevaba la bolsa más grande. Le sonrió tímidamente. Era la única mujer. Estaban él, el del cigarro y un chico joven que olía a ron. Estaba sentado. El primero en la fila y se le caían los párpados. "Busca compañía", pensó Diego. Y se sonrojó al comprender que el mismo sentimiento le había conducido allí.
La mujer ecuatoriana se llamaba Victoria. Parecía la única que sabía por qué razón había madrugado tanto. Su voz, cercana y dulce, rompió el frío silencio.
- Ay, señores. Aquí hace mucho frío. ¿Qué les parece hacer turnos? Mientras unos están acá, otros se toman un cafelito aquí al ladito. Luego cambiamos.
Diego asintió. Eso colmaba sus expectativas: compañía por un rato.
El de cigarro no dijo nada. Victoria y Diego interpretaron un sí.
El del cigarro le pidió otro al joven. No tenía. Los dos permanecieron en silencio. Luego el del cigarro se fijó más en el joven.
-¿Por qué no te vas a tu casa? - le espetó.
El de ron no contestó.
- Mira, a estas horas y con el pedo que llevas encima se está mejor en la cama y descansando. Te lo dice un experimentado.
Silencio.
- ¿Cómo te llamas?
- Miguel.
- Bueno Miguel, pues déjame que te acompañe a tu casa. Has tenido suerte porque no suelo ayudar a jóvenes borrachos, pero mira, no sé por qué, me has caído bien.
Miguel parpadeó. El del cigarro lo interpretó como un sí.
-¿Por qué no te vas a tu casa? - le espetó.
El de ron no contestó.
- Mira, a estas horas y con el pedo que llevas encima se está mejor en la cama y descansando. Te lo dice un experimentado.
Silencio.
- ¿Cómo te llamas?
- Miguel.
- Bueno Miguel, pues déjame que te acompañe a tu casa. Has tenido suerte porque no suelo ayudar a jóvenes borrachos, pero mira, no sé por qué, me has caído bien.
Miguel parpadeó. El del cigarro lo interpretó como un sí.
A las 8.00 horas no había nadie allí. Cinco minutos más tarde llegó un hombre, parecía rondar los 30. Y, dos minutos después, una mujer de unos 40. Se saludaron y comentaron el frío siberiano que hacía. La conversación avanzó, y descubrieron que tenían un amigo en común. Después llegó una chica y, más tarde, un jubilado. La chica le convenció para que se apuntara a una asociación de senderismo. El jubilado aceptó con la condición de que ella le acompañase. Más tarde volvieron Victoria y Diego. Tenían a cuatro por delante. No les importó y se unieron a la conversación. Allí se acercaron más personas y se fueron otras. Allí, donde el tiempo no existe...
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