José
Como las raíces cuando le cortan de su tronco, así se mostraba José. Tumbado en la cama del hospital, y cubierto con unas sábanas blancas limpias, pero extrañas; y con una máscara para que el oxígeno llegue mejor a sus pulmones. Cierra los ojos. Si los abre, ve lo mismo. Oscuridad. José pertenece a una especie en peligro de extinción. Hace siete días que cruzó las fronteras de su pueblo por primera vez. Tiene 86 años. Come queso y huevos y pan. No tiene agua caliente. Entiende el castellano, pero su lengua es el euskera. José reza mucho durante el día, sentado en una butaca de madera, al amparo de grandes muros de piedra que han sido y son su casa. Ahora le amparan unas voces extrañas que le prometen que mañana volverá a su hogar. Pero llega el día y su cuerpo sigue mezclado con esas sábanas y una comida que no prueba. Y un olor que no es el de las montañas. Habla por teléfono con su hermano.Sus manos son fuertes y grandes, como sus pies. Por primera vez coge ese aparato. Solo así abre los ojos y su voz suena segura y fuerte. Después, tras beber solo la leche, sus párpados caen. 'Otra vez mañana, otra vez mañana', dice la voz de su sueño.
El diagnóstico
Al principio fueron pequeños síntomas, indicios de que algo estaba empezando a fallar. No llegaba a donde antes podía llegar. Las piernas fueron las primeras víctimas. Paralizadas en casa, sin posibilidad de caminar hasta el trabajo. Lo siguiente fueron las manos. Temblorosas al contacto de libretas, tarjetas y muebles: si éstos antes eran una prolongación de su cuerpo, cada día que pasaba sentía el miedo a perder su tacto. Y su vista. No ver nunca más la cama donde cambió el primer pañal, la mesa redonda de la cocina insustituible en Navidades, el sofá como mejor conocedor de su anatomía humana. El diagnóstico tenía una fecha y una hora fijada. “Desahucio”. Y entonces falló el corazón.Remolino sanferminero
Ella
"La conocí de joven y ahora, viejo y arrugado, no puedo olvidarla. Me la presentó un amigo estadounidense, de barbas, y amante de las letras. “Fiesta”, la llamó. ¡Si supieras qué sentí al verla! Era un 6 de julio. Iba de blanco y rojo y su alegría me cautivó. Familias, cuadrillas de jóvenes, parejas…todos se congregaron en torno a ella. El reloj del Ayuntamiento marcaba las doce en punto. Y entonces, la locura conquistó aquella plaza: pañuelos rojos en alto, empujones, abrazos, llamadas, el blanco que se teñía de morado, miradas que iban y venían, sonrisas…Felicidad. El tiempo desapareció. Solo existían los “momenticos”, como ella se empeñó en llamarlos. Pero fue el toro el que hizo que ella fuera única. Su mirada noble, su olor penetrante, su movimiento limpio y aquellos cuernos puntiagudos avisando de que la cornada era mortal. Frente a frente en una carrera por la vida. Por ella. ¡Pobre de mí!, la luz de una vela me reveló que él y ella eran inseparables. Y yo, un eterno enamorado"
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