12 de febrero de 2012

Fútbol en la vida

Imagino la cara de felicidad de mis primas de 16 y 8 años ayer al finalizar el partido que pasará a la historia: Osasuna 3 - 2 Barça. No son socias y van cuando pueden. Serían las 21.50 horas y la temperatura no superaba los 0º. Pero el calor del resultado les habría quitado el frío. Aún no me lo han dicho. Mi abuela ha venido a casa a las 10.30 horas. Las manos arriba y los pulgares también. Así dice que ha entrado al Horno Artesano y que ha dicho: "Osasuna"  y que, enseguida, le han traído un periódico. Un amigo de mi hermana así se lo ha contado a ella: "La afición estaba loca". Eran las 12.30 horas de hoy. Antes, hacia las 10.00 horas, he leído las crónicas de varios periódicos. Con cada lectura recordaba las sensaciones vividas -los minutos eternos, los juramentos, sentarme en la silla, levantarme, sentarme, levantarme-. Todo un triunfo para la arteria aorta. A las 15.30 horas, el momento de los deportes en el telediario, las familias navarras han vuelto a ver a Leka marcando el gol. Otra vez y, quizás, otra y, si cambiaban de canal, una más. A las 19.00 horas, una cuadrilla, en algún bar, puede haber recordado la juerga post partido. Y la de antes de empezar. Son las 23: 52 horas y acabo de ver que Osasuna está a un punto de la Champions League.

¿Qué tiene el fútbol para que sea el deporte rey? No lo sé. Sí sé que las resacas de una victoria como la de ayer duran más de 24 horas. Y la emoción, persiste. Y, seguramente, sobreviva a nuestra memoria sin que, los que la cuenten, pierdan el brillo en los ojos.

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